Para que luego se acuerde

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Las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro: uno de esos libros que no tienen orden ni tema ni principio ni fin porque pueden abrirse por cualquier página y leerlos seguidos o cerrarlos después de haberse nutrido con un breve capítulo; como el Spleen de París de Baudelaire, o La tumba sin sosiego de Cyril Connolly, Último Round de Cortázar, El hacedor de Borges, El Rastro, de Gómez de la Serna, Juventud, egolatría, de Baroja, libros menores en todos los sentidos que caben en el bolsillo y que cuando uno los descubre ya lo acompañan para toda la vida, de una manera discreta, intermitente, sin llamar demasiado la atención sobre sí mismos, libros en prosa que contienen más poesía que muchos libros de versos; libros casi siempre escritos por gente un poco holgazana, observadora, solitaria, al mismo tiempo ilusionada y desalentada, descreída de los grandes proyectos y de los énfasis rotundos.

Son libros poliédricos que giran sobre sí mismos y siempre irradian reflejos inesperados, por muy bien que uno crea conocerlos. Hoy, quizás porque en los últimos tiempos han abundado los nuevos padres y madres en este cuaderno, he encontrado este fragmento en las Prosas apátridas:

Es necesario dotar a todo niño de una casa. Un lugar que, aun perdido, pueda más tarde servirle de refugio y recorrer con la imaginación buscando su alcoba, sus juegos, sus fantasmas. Una casa: ya sé que se deja, se destruye, se pierde, se vende, se abandona. Pero al niño hay que dársela porque no olvidará nada de ella, nada será desperdicio, su memoria conservará el color de sus muros, el aire de sus ventanas, las manchas del cielo raso y hasta  ‘la figura escondida en las venas de mármol de la chimenea’. Todo para él será atesoramiento. Uno se acostumbra a ser transeúnte y la casa se convierte en una posada. Pero para el niño la casa es su mundo, el mundo(…) Nada en el mundo abierto y andarín podrá reemplazar al espacio cerrado de nuestra infancia, donde algo ocurrió que nos hizo diferentes y que aún perdura y que podemos rescatar cuando recordamos aquel lugar de nuestra casa”.